23 de mayo de 2012

Los Comelibros


Las luces de la sala se fueron atenuando, a la vez que dos potentes reflectores concentraron sus haces en diferentes sectores del escenario. Uno de ellos depositó su luz en un punto fijo del telón bordó, mostrando así un océano de pliegues premeditados que los tramoyistas habían arreglado según las ordenes del jefe. El otro estaba dirigido hacia unos gobelinos que eran el orgullo de la Fundación Todos por la Ciencia, aunque esos tapices no soportaran un análisis más detenido, ya que estaban repletos de orificios y rasgaduras. El silencio en la sala era casi absoluto, sólo perforado por las tosecillas de algunos presentes que intentaban aclarar sus gargantas, como si fueran ellos los que tuviesen que hablar. Un tercer reflector se encendió para acompañar al disertante que ingresaba por el lado izquierdo del escenario. Su aparición desencadenó los tibios y educados aplausos del auditorio. El Doctor Crispino Linares era un señor mayor, pero aún conservaba su prestancia, vestía un traje gris oscuro y se ayudaba con un bastón, llevaba en las manos una carpeta que apretaba contra su cuerpo. Con movimientos pausados y algo temblorosos, subió al estrado y se quitó las gafas para mirar al público, lo hizo con ese aire de seguridad y amenaza de los que tienen mucha experiencia en estas lides. Finalmente, dejó la carpeta con mucho cuidado sobre el atril y -tras otra pausa ceremoniosa- dio inicio a su discurso:
-Ardua tarea la mía, señores, justificar y denunciar la existencia de una raza desconocida en una conferencia de apenas dos horas. Porque esta noche no hablaré de los Mayas o de los Sumerios o de los Etruscos, pueblos éstos de los que se ha tratado hasta el hartazgo. Mi deber... Sí, señores, mi DEBER es advertir a la humanidad sobre la presencia de una peligrosísima civilización que, con el correr de los años, se ha esparcido por toda la faz del Tierra causando daños irreparables, civilización a la que -después de mucho cavilar- he decidido llamar Los Comelibros. Acreditaré todo lo expuesto con documentación irrefutable que he traído para que no queden dudas de la existencia VERDADERA de esta ralea. Mi investigación comenzó hace quince años, cuando encontré -por azar- un pequeño trozo de papiro en la desembocadura del Nilo. La pieza está escrita en arameo y los tests realizados con carbono 14 aseguran que fue concebida hacia finales del siglo V a. C. Lo cierto es que este minúsculo pedazo de papiro me brindó los elementos necesarios para confirmar, FE-HA-CIEN-TE-MEN-TE, la existencia de estos seres de apariencia común, en nada diferentes del fenotipo humano, que han hecho desaparecer desde piezas paleográficas hasta obras enteras de escritores y filósofos antiguos que ponían en evidencia su maléfica actividad. Porque ellos no quieren ser descubiertos, señores, y están dispuestos a hacer CUALQUIER COSA para mantenerse solapados. Estas pérdidas que les mencionaba, como imaginarán, fueron atribuidas al paso del tiempo, a incendios, a devastadores terremotos o a las destrucciones bárbaras. Pero hay más... hay más, damas y caballeros. Traje varios documentos que mantuve celosamente guardados en una caja de seguridad de un banco suizo y que muestran una realidad IN-CON-TRAS-TA-BLE para cualquiera que se precie de ser considerado científico en el siglo XXI. Me parece hasta inmoral negar nuevos conocimientos afirmando que datos superfluos llevan a doctrinas erróneas porque… porque..., bueno. Estaba diciendo que muchas de estas obras perdidas llegaron a ser conocidas, hay una abrumadora cantidad de datos al respecto. En este grupo está contemplada la mayor parte de los textos de Esquilo, libros como Nausícaa de Sófocles o Cardenio de Shakespeare, entre otros. En fin, también podría citar aquí algunos manuscritos de Sigmund Freud que, supuestamente, habían sido quemados por soldados nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, no sólo obras enteras han sido víctimas de estos seres, hoy estoy en condiciones de sostener que tanto el final de Almas Muertas de Gogol como las Soledades Tercera y Cuarta de Góngora, también han servido de alimento para Los Comelibros, porque allí se los mencionaba y...
      -Ya basta de cháchara, queremos pruebas- gritó uno de los asistentes, levantándose, estirando el brazo hacia adelante y apuntando al disertante con su erudito dedo índice -Pruebas, pruebas, pruebas- se sumaron otros.
-¿Pruebas?… ¿Me piden pruebas, señores? Muy bien, se las daré de inmediato…
Cuando el Doctor Crispino Linares abrió la carpeta para mostrar los originales con los que avalaría su preparada conferencia, se encontró con unos desperdicios inmundos, pues todos los documentos habían sido debidamente devorados, digeridos y defecados.
Detrás del telón, un tramoyista sonreía maliciosamente, dejando a la vista sus dientes, en los que aún quedaban restos de una pasta amarillenta.